viernes, 4 de febrero de 2011

Opinión, 31 de Julio de 2007

Opinión, 31 de Julio de 2007

Septiembre - 1

Santiago Niño Becerra



Septiembre es un mes, pero el próximo Septiembre va a ser mucho más que eso.

El mes que va a comenzar dentro de pocas semanas va a ser el inicio del acto final de la obra en que el planeta lleva participando desde 1820, es decir, el próximo Septiembre va a suponer el principio del fin del sistema económico en que nos hallamos inmersos desde hace casi dos siglos, y que se manifestará en una gran crisis que se iniciará en el año 2010. A partir de aquí, el sistema irá evolucionando hasta su total transformación en otro muy diferente siguiendo un proceso estructuralmente semejante por el que el Sistema Mercantilista pasó en la segunda mitad del siglo XVIII.

La crisis del 2010, por tanto, será consecuencia del proceso de muerte de la estructura actual; muerte que por dramático que pueda parecernos, no hace más que encuadrase en la dinámica histórica que lleva aconteciendo en los últimos dos mil años; una dinámica que supone que todo cambia, evoluciona, se agota y muere.

La estructura actual nació en 1928 y es propia al estado de bienestar en el que el planeta ha estado inmerso desde dicho año. La crisis de 1929 y la Gran Depresión significaron un cambio radical con respecto al pasado, un cambio que se manifestó a través de la unión entre el ‘apoyo social’ y la ‘supervivencia’ y que se concretizó en un crecimiento económico continuado, sin embargo, tal estado de bienestar, tal estado de ‘ir a más’, de crecer, ha dejado de lado algo que es imprescindible: la estabilidad.

Por ello, la actual estructura se halla en proceso de desaparición debido a que la búsqueda del éxito individual, consustancial a la evolución que el sistema ha adoptado, no ha considerado la necesidad de cumplir los pactos de estabilidad que implícitamente estaban contenidos en el proyecto iniciado en 1928, lo que ha implicado un gasto de recursos desmedido que, en la mayoría de las ocasiones, ha derivado en el desperdicio.

El motivo de tal desperdicio ha sido la propia filosofía capitalista. El Capitalismo es individualista, es decir, cada individuo debe mirar para sí a fin de avanzar en su evolución personal, lo que supone que no ha de preocuparse de los demás porque cada uno de esos demás se fijará, únicamente, en sí mismo; en consecuencia, cada individuo actuará del mejor modo que pueda y sepa para sí, pero esa forma de proceder supone el desperdicio de recursos.

Entre 1973 y 1984, con las dos crisis energéticas, el sistema avisa de que al ritmo de consumo a que están siendo sometidos los recursos difícilmente se podrá continuar avanzando. La respuesta llega en la década de los 80 con el inicio de la mejora de la productividad, lo que desconecta el crecimiento económico del empleo de los factores productivos, sin embargo, el aspecto individualista del proceso, no se revirtió, más aún, se aceleró: el proceder de los yuppies y la expansión del proceso globalizador lo atestigua.

En los 80 hubiera tenido que abordarse un pacto, hubiera tenido que diseñarse una estrategia colectiva y participativa a fin de optimizar la utilización de los recursos que hubiese redundado en la disminución de su consumo, lo que no se hizo ya que continuó pensándose en términos individuales. Tal pacto ya fue totalmente imposible a partir de 1995 cuando al proceso se convierte en postglobal gracias a las TICs.

Mañana sigue.

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

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