viernes, 4 de febrero de 2011

Opinión, 17 de Agosto de 2007

Opinión, 17 de Agosto de 2007

Qué no (entre signos de admiración)

Santiago Niño Becerra


¡Qué no, qué no y que no!.

¡Qué no va a servir de nada!, que por mucha pasta que los bancos centrales inyecten en el sistema la situación no se va dar la vuelta. ¡Qué no se enteran!. ¡Qué el problema no es de falta de liquidez!. ¡Qué los que lo decimos nos vamos a quedar afónicos de decirlo!.

El crédito, desde la mini recesión de 1991, se ha convertido en el supermotor, en el único motor del sistema, tanto por el lado de la economía financiera como de la economía real: absolutamente todo lo que se ‘compra’, se ‘paga’ con créditos. Pero para que ese supermotor continúe en funcionamiento hace falta que el sistema esté inundado de pasta a fin de que se puedan seguir ‘creando’ créditos, a fin de que sean ‘concedidos’; como ahora se ha cerrado el grifo, los bancos centrales están inyectando liquidez. Pero eso no va a servir, al final, para nada.

Es como en aquellos veleros de tres mástiles del siglo XVIII. Cuando un percance dañaba el casco, una cuadrilla de carpinteros acudía a poner un parche, pero de nada servía poner un parche cuando la madera estaba podrida, y lo que ahora sucede en el sistema es que su estructura se está deshaciendo, por lo que la liquidez de nada, al final, va a servir: va a ser fagocitada por el hambre de liquidez que los prolegómenos de la crisis están multiplicando, de tal modo que esos aportes de pasta se van a ir filtrando por las rendijas hasta que de ellos nada quede.

El problema es mucho más simple de explicar. Al final de toda la requeteingeniería financiera que se ha creado alrededor de las hipotecas basura (y de todas las operaciones de crédito del mundo mundial), al final, tan sólo queda una cosa: una persona, una familia o una compañía que ha de pagar su cuota mensual, trimestral o semestral del crédito. Si la persona, la familia o la compañía no pagan, todo el tinglado se viene abajo; y eso es lo que está empezando a suceder: que la persona, la familia o la compañía que tenían que pagar no están pagando porque no pueden pagar. Punto.

Podemos llamarlo como queramos y ponerle las siglas que nos de la gana, pero esa es la puta verdad: que los últimos de la cadena, por diversos motivos, no pueden pagar, no pagan, y la cadena se va a la mierda, por lo que los concededores de créditos no tienen más pasta para dar como créditos, por lo que la ristra de apalancamientos y bonos se tambalea; entonces llegan los bancos centrales y dicen: vamos a inyectar fondos: ¡pero si la cantidad de pasta que se necesitaría para que el supermotor continue funcionando como hasta ahora lo ha estado haciendo supera las posibilidades de inyección!; ¿qué pretenden?, ¿entretener al personal?.

Hemos creado un monstruo que se alimenta del endeudamiento de todo el mundo, pero ese endeudamiento ya ha alcanzado su límite físico, por lo que el efecto bajada está yendo hacia atrás. Los bancos centrales pueden retrasarlo, pero no detenerlo, ni eliminarlo, porque nadie puede ir contra las leyes físicas. Por la misma regla de tres, reducir los tipos tampoco acabará sirviendo de nada.

Claro, que con el nivel de conocimientos económicos que tiene la ciudadanía y mientras se emitan deportes por la tele, los que mandan pueden estar tranquilos, que nadie les va a marear demasiado. Un ejemplo. Ayer, a mediodía, un conocido me dijo: “Los bancos centrales están aumentando la liquidez para que los tipos de interés no suban, ¿verdad?”. Sin comentarios.

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

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